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viernes, 26 de octubre de 2012

EL CULO...


...y las témporas. Que no, que las témporas no son las tetas, so obsesos, como creíamos hace muchísimos años, por aquello de relacionar lo que más nos gusta de las mujeres. 


Pero quedaba bien así, la verdad, porque… ¿hay algo más bonito que estos dos instrumentos de tortura bien coordinados? NO.

 Veamos, las témporas tiene varias interpretaciones y yo me quedo con la que significa “sienes”, si, como lo oís. Lo justifica un par de detalles: que a las sienes se les llaman  huesos “temporales” y el que así tiene sentido el refrán bufo de no confundir “el culo con las témporas”, el culo con la cabeza.

Dicho esto me centraré en el CULO femenino, así con mayúsculas. Las chicas podéis coger las similitudes para referiros a los masculinos que por lo visto también os gusta eso en los hombres, cosa que no entiendo, claro. A mí me alabaron el mío hace mucho tiempo, por una mujer muy vivida y di un respingo al no comprender su halago.
El de la mujer es otra cosa, bellísimo para mí, indispensable para todo tipo de escarceo. Imaginaros, un culo alto, con un tanga negro,  –según los psicólogos ese color al igual que en las medias, lo interpretamos como una ampliación del vello púbico- las “témporas” al aire y con unos tacones de diez centímetros para que empine más aún un culo, de por sí respingón y si no lo es lo realzan los tacones al tensar los glúteos.

Esos culos, magnificados, enmarcados por esos pantalones-faja, o por mis soñadas faldas tubo, de aquellos trajes chaqueta, ya olvidados… Jamás estuvo la mujer tan guapa que con aquellas chaquetas y esas faldas -con su rajita trasera o lateral-. A ver cuando un modista iluminado nos devuelve aquella mujer, rotunda, sexi, femenina y casi inalcanzable.
¡Ah! el culo, cuantos deseos cumple y cuantas ensoñaciones, vale para todo: para acariciarlo, azotarlo, pellizcarlo, besarlo, estrujarlo y amarlo. A vosotras os vale para lucirlo, es vuestra cara B de presentación cuando nos rebasáis después de dedicarnos una mirada de arriba abajo y os lo lleváis, contoneándolo, moviendo cada cachete alternativamente, rítmicamente. Rematando la sinfonía con el movimiento acompasado de las caderas, sucursales de él.
Y os puedo decir que no hay edades para un buen culo, los he conocido magníficos casi a cualquier edad, cincuentañeras incluidas.

A parte de un mínimo de buena materia prima, hace falta feminidad. Esa coquetería sana –hay dos clases- que tienen algunas mujeres superiores que se sienten con ganas de gustar, con la obligación de gustar. Y saben andar con tacones, es imprescindible.

Me declaro un rendido admirador de esa parte de la anatomía femenina. ¿Quién se acuerda de su función fisiológica?

 Rafael Jiménez 

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