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viernes, 30 de noviembre de 2012

LOS OJOS


Nuestra mejor carta de presentación. Diría que como las huellas digitales no hay dos pares de ojos iguales –bueno ya sabemos que no hay dos iris iguales y que sirven de identificación para complejos sistemas informáticos-. 
Pero no quiero hablar de la fisiología del ojo sino de su fisiognomía, el alma de los ojos. Hay ojos grandes, que parece que lo quieren aprehender todo de un golpe; pequeños, que siempre producen sensación de inteligencia; profundos, de los que solo puedo decir la sensación que producen; vivarachos, inquietos, chispeantes, alegres, tristes… Y el ojo de Dios, que siempre nos mira. 
Hay tantas descripciones como ojos. Y tantas formas de ser como personas que los portan. Decía una antigua canción que los negros y acastañados eran firmes y verdadeiros, los azules mentireiros… ¡Vaya!, yo los tengo azules y no creo rebasar la media de mentiroso del resto, pero… 
Dicen que junto con el verde, el azul es el color más bonito y efectivamente a mí me los han alabado mucho toda la vida aunque a mí sólo me han valido para ver y para llevar gafas desde siempre  por su extrema debilidad. Los negros son mis preferidos, hay realmente pocos de verdad y si encima son grandes…
Pero los ojos no dicen nada sin el hálito que los mueve, cuando decimos qué ojos tan bonitos nos estamos refiriendo –inconscientemente- a qué persona tan maja. No hay nadie fe@ teniendo los ojos bonitos.
Pero no siempre, los ojos de mujer fatal –entornados- son atractivos, pero peligrosos. Una mirada fría y fija impone lo suyo pero no podemos decir que sea una bonita mirada. 
Hay bellezas tan sobradas que les ha valido con un solo ojo, como a nuestra Princesa de Éboli o a Nefertiti. Aunque después le costara la cárcel a la primera y un fin no muy claro a la segunda, según las últimas investigaciones.

Me gusta fijarme en el entorno de los ojos, las odiadas patas de gallo a mí me parecen bellas –como las ojeras o bolsas- y digo de todas ellas que esos ojos “confiesan que han vivido”, les da profundidad y los realza, les aporta madurez.

Desde luego yo no me resisto a unos ojos con alma, bien maquillados, es en lo segundo que me fijo en una mujer –lo primero no lo diré- y automáticamente le hago la ficha. Si además son de los que hablan, seguramente menos tendré que decir yo.
También es importante eso, cómo los manejen sus respectivos dueños porque se puede mantener una conversación sin palabras mirando fijamente a una persona, su expresión y cuatro gestos, pero lo fundamental ya lo han dicho los ojos.
Cerrarlos, guiñar uno, mirar abajo o arriba, juntarlos frunciendo el ceño… es como el lenguaje morse, miles de mensajes de fácil interpretación. 
Soy un enamorado de los ojos quizás porque he tenido suerte y casi siempre me han dicho lo que quería oír de sus dueños. Siempre me he entendido estupendamente con todos ellos. Especialmente con los de las mujeres.

Rafaél Jiménez

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